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La educación en tiempos de crisis
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La educación en tiempos de crisis

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Por: Dr. Howard Caro López

Esta semana el Gobernador Pedro Pierluisi emitió una orden ejecutiva estableciendo el regreso de los estudiantes a la instrucción en persona, tanto en colegios públicos como privados. A partir del 1ro de marzo 47 municipios, según dictamine las condiciones y bajo protocolos de salud e higiene para minimizar el contagio de COVID-19, intentarán volver a una semblanza de normalidad en el sistema educativo tras casi un año entero de educación virtual, con la esperanza de que el proceso de vacunación y medidas de salud adecuadas minimice interrupciones en las aulas. Esto a pesar de un informe de la Comisión de Educación de la Cámara de Representantes recomendando posponer la apertura de los planteles escolares hasta agosto.

En general hay buenos motivos para no tener a los alumnos limitados a la enseñanza virtual, a base de lo que se ha documentado sobre el desempeño académico durante la pandemia. Un estudio reciente del consultor McKinsey & Company, por ejemplo, estimó que en los Estados Unidos (EEUU) los alumnos perderán desde el equivalente de tres meses hasta un año entero de enseñanza a consecuencia de la suspensión de instrucción en persona por la pandemia. Esas pérdidas son más agudas para estudiantes de hogares de bajo ingreso, debido a la falta de acceso a tecnología adecuada. La clausura de los planteles escolares también ha causado estragos para estudiantes con discapacidades que dependen de instrucción especializada y otros apoyos para poder completar sus estudios, que muchas veces requieren presencia física.

A pesar de esto, según el informe cameral y comentarios de miembros de la legislatura, el deterioro físico de los planteles escolares y dudas sobre la capacidad de proveer servicios de educación especial siembra duda de la viabilidad de reabrir las escuelas, y más dado los retrasos en el proceso de vacunación. Como mucho el impetus del Gobernador en reiniciar la instrucción en persona parece como mínimo apresurada, y en el peor caso irresponsable, de no tener un plan claro que presenta una opción híbrida y facilidades de buen estado.  Incluso podríamos decir que la pandemia ha sacado a la luz las fallas graves que tiene el sistema educativo en Puerto Rico ahora mismo, y resalta la urgencia de reevaluar la forma en que educamos al pueblo.

A corto plazo es crítico asegurar cierta continuidad en la educación de nuestros jóvenes, pero en vez de ponerle una curita a una grieta, tal vez deberíamos como pueblo aprovechar esta coyuntura para reimaginar el sistema educativo.  Para iniciar ese proceso lo primordial es entender que el papel social de la educación es transmitir el conocimiento necesario para que los miembros de una comunidad o pueblo puedan vivir y desempeñarse a su mayor nivel dentro de esa comunidad o pueblo. Una vez que reconocemos ese aspecto básico, podemos enfocarnos en contestar unas preguntas fundamentales. ¿Qué tipo de individuo es el que hace falta para que la comunidad prospere? ¿Qué destrezas o facultades se necesitan para preparar esa persona para integrarse a esa comunidad de forma exitosa y/o empoderada? ¿Qué tipo de pedagogía es necesaria para educar al individuo según lo que la comunidad requiere para su bienestar y prosperidad?

Según cifras del gobierno federal y el Banco Mundial un 80 por ciento de la actividad económica en Puerto Rico viene del sector de servicios, que ha sufrido mucho durante la pandemia. Entre esto, el deterioro de la infraestructura, el alto nivel de dependencia en la importación de alimentos, y los estragos del cambio climático, Puerto Rico tiene muchos retos para prosperar en su estructura actual.  Dada estas realidades, tenemos una oportunidad de explorar nuevos modelos pedagógicos que atienden a estos retos societales.  Esto podría incluir al aprendizaje vivencial, donde los estudiantes aprenden materias de ciencias físicas y sociales mediante proyectos empíricos fuera del salon que su vez aportan a sus comunidades; pedagogía inclusiva que se adapta a las distintas formas de aprendizaje; currículos que se centralizan en cómo atender la crisis del cambio climático; y la reintroducción de materias que fomentan el pensamiento crítico y participación cívica. 

Las ansias del gobierno y tal vez de muchas familias de volver a la “normalidad” de reabrir las escuelas son entendibles.  Sin embargo, deberíamos considerar la posibilidad de que los retos que enfrentamos como pueblo se deben, al menos en cierta medida, a los problemas estructurales en nuestro sistema educativo, que quizás ha llegado al fin de su vida útil en su forma actual. Tal vez en caer en el desespero por recuperar lo familiar, debemos ver la crisis como oportunidad para reimaginar el futuro Puerto Rico que queremos que nuestra juventud pueda lograr hacer una realidad.