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El nene de las tenis caras
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El nene de las tenis caras

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Por: Luis Ibrahyn Casiano

Recuerdo en intermedia a un compañero de clases de esos que buscaba intimidar a los demás. Sí, de esos que se burlan de otros sin aparente razón. Forma insólita de actuar causada por lo dura que es la vida y por la indiferencia de una sociedad individualista. Uno de los objetos que más presumía era de sus tenis, las cuales su padre compraba con mucho sacrificio siendo un obrero de escasos recursos. Sin embargo, la satisfacción de aquel joven era poder poner sus pies en zapatos de más de $100. 

Recuerdo como varias veces tuvimos algún intercambio de palabras, algunas no muy buenas. Pero siempre personas como él han sido las más significativas en mi vida. Pues siempre he buscado comprender la mentalidad de los demás con fin de entender sus caminos, y si puedo, aportar algo positivo en ello. Algo muy difícil de lograr, pues a la larga nos convertimos en lo que pensamos ser y decididos por lo que tenemos, por lo que no, o por lo que hemos aprendido. Hace  algunos años, visitando a un amigo en la cárcel, veo al padre de este joven entrar al salón de visitas. Allí estaba él, quien le compraba las tenis caras, esperando por su hijo para confundirse en un abrazo. 

Cuento esta historia, no para instar a la gente a no comprar lo que desee, sino para que podamos observar desde una mirada distinta esta problemática, la cual vemos a diario y que es mucho más profunda de lo que parece. Sí, esa de la valoración del ser humano… El consumismo es la respuesta a la lucha de clases en la que vivimos. El capitalismo se nutre de la inconsciencia del individuo, la cual produce la indiferencia colectiva y abona al deterioro de la autoestima individual y social. Indiferencia e inconsciencia reproducida por las instituciones del Estado, las cuales con la marginación convencen al que carece del reconocimiento respecto a su valor como persona a través de la lucha por la obtención de lo material y lo efímero; de lo relativo, de lo subjetivo. Siendo esto causante de una gran cantidad de actos delictivos y patrones de violencia en todas sus modalidades. Sin dudas, la acción del padre no es otra que el resultado de la descomposición de criterios entre lo innecesario y lo esencial, producto de la mala valorización del Ser a través de lo que posee. El joven al cual me refiero fue y es víctima de una sociedad mecanizada y llena de prejuicios, que promueve la competencia y no la solidaridad. Aspectos impulsados por el sector financiero a través de las políticas públicas de los gobiernos, siendo estos últimos marionetas del capital, y nosotros víctimas del control comercial que nos induce a comprar sin ver quiénes están detrás de la marca y su por qué. 

Lo realmente importante aquí, no es el valor de las tenis, pues son la respuesta y la expresión ante el valor que no se cultivó dentro de la persona, que aseguro; muchos atributos de debía poseer. Sino, que el presente que pudo haber sido distinto. Aunque no lo crean, lo primero que le miré aquel día fueron sus piernas, donde al llegar a sus pies encontré tenis caros que siguen resguardando sus pasos, ahora detrás de un portón. Con mucho dolor, pensé, y descubrí que él jamás fue libre, y que siempre estuvo preso. Sí, preso a la desigualdad en la que se vive en las comunidades de mi pueblo. A las herramientas nulas del sistema educativo al que acudimos y a la indiferencia de la gente. Preso a los estereotipos de poder, a la falta de autoestima; donde quien más tenga logra alguna posición dentro los bandos a los que hemos sido segregados, el de los ricos o el de los trabajadores y/o desposeídos. 

El amor de su padre sin dudas es genuino, y sigue latente a pesar de la distancia que ahora los separa. Acompañándolo antes a la escuela, y actualmente en la cárcel. Un padre producto de las mismas cosas, de una misma vida, viendo cómo se cierra el círculo generacional bajo las mismas condiciones. Mi tarea principal con esta columna es que pensemos en lo que tenemos, no materialmente, sino en la familia, en los amigos, y sobre todo en lo que somos y queremos ser. Y si estamos insatisfechos con lo que somos, comenzar a cambiarlo. Valorando en primera instancia nuestra existencia sin importar de donde vengamos y lo que tenemos. Te invito a ver en los demás siempre lo mejor, no por lo que exterioricen o posean. Incluso, si no se comportan de la mejor forma. Para ello es preciso entender el porqué de sus acciones y nuestra relación con ellas. Algo que no basta si no tenemos la intención de ayudar a cambiar el mundo. Que no existan más jóvenes perdidos detrás de los barrotes, ni más padres o madres perdidos en el abstracto de lo esencial. Que no exista más la segregación de una clase social por otra. Cambiemos nuestra mirada y veamos que tenemos un enemigo en común, el capitalismo salvaje y el colonialismo. Transformemos a la nación en un instrumento de bien colectivo donde cada uno valga con tan solo existir y que abone a su desarrollo. Que procure que la gente se reconozca, que conozcan sus capacidades, que las exploren y que sea motivados(as) a ponerlas al servicio de los demás y para su realización como personas. Aspiremos a una sociedad donde el valor monetario de una posesión no determine el poder y el valor de una persona.  

*Columna original, marzo 2016. Adaptación 2020