Durante mucho tiempo, muchas personas, incluyéndome, hemos sostenido la idea de que no se debe romantizar la vida ni las relaciones, entendiendo por “romantizar” el acto de idealizar, de atribuir perfección a algo que es inherentemente imperfecto. Desde la psicología tradicional, esta postura parecía tener sentido, pues intentaba mantener los pies sobre la tierra, evitar expectativas irreales y protegernos del desencanto. Sin embargo, con el paso del tiempo, como individuo y como terapeuta comprendí que vivir sin un toque de romanticismo consciente también puede conducirnos a otro extremo, el de la apatía emocional y el desapego de lo simbólico que da sentido a la existencia.
La vida, sin un mínimo de poesía, se torna funcional, pero vacía. Los vínculos, sin ilusión, se vuelven transacciones. La rutina, sin un toque de significado, se vuelve una carga. Desde la psicología humanista y existencial, romantizar con conciencia puede entenderse como un acto de resignificación emocional, donde el ser humano elige observar la vida desde su potencial de belleza y de posibilidad, sin negar la presencia del dolor o la contradicción. Romantizar no implica negar la realidad; implica ampliarla. Significa permitir que lo cotidiano tenga matices de propósito, que los pequeños gestos vuelvan a tener valor y que el amor no se reduzca a un intercambio de necesidades, sino a una co-creación constante de bienestar. En este sentido, romantizar de forma saludable es una práctica de salud mental que invita a reinterpretar los eventos desde el crecimiento, la gratitud y la conexión con lo humano.
El problema surge cuando la romantización se transforma en fantasía utópica, cuando se ignoran las señales del presente por aferrarse a una ilusión del futuro. Pero entre la ilusión ingenua y el realismo crudo existe un punto de equilibrio, la romantización consciente, aquella que no evade la realidad, sino que la viste de intención y esperanza. Desde ahí, nace la posibilidad de exigir lo que soñamos, no desde la carencia, sino desde la convicción de merecer lo que anhelamos. Exigir continuidad emocional en nuestras relaciones y proyectos no es un acto de soberbia, sino de coherencia afectiva. En terapia, muchas veces observamos cómo las personas se resignan a vínculos intermitentes o a vidas sin dirección, por miedo a ser vistas como demandantes o poco realistas. Sin embargo, establecer límites y expectativas claras es parte esencial de la salud emocional. Amar con conciencia implica no aceptar menos de lo que se entrega; y si el entorno o la persona no están dispuestos a corresponder desde la misma frecuencia, entonces soltar deja de ser un fracaso, se convierte en una forma de amor propio.
El mundo actual nos enfrenta constantemente a la dureza, la incertidumbre económica, la saturación emocional, la superficialidad en los vínculos. Por eso, elegir ver belleza en medio del caos se convierte en un acto de resistencia emocional. Romantizar la vida con conciencia es decidir que, aunque haya oscuridad, podemos encender pequeñas luces; que, aunque el entorno sea adverso, merecemos ternura, detalle y continuidad. Desde la psicología positiva, sabemos que los pensamientos y las emociones moldean la percepción del entorno. Cuando elegimos ver lo valioso en lo simple, fortalecemos nuestra resiliencia emocional. Esa capacidad de seguir creyendo, aun después de las pérdidas, es lo que nos permite sostener la vida con esperanza. No se trata de negar el dolor, sino de darle sentido, de entender que no hay crecimiento sin vulnerabilidad, ni plenitud sin riesgo.
Quizás el verdadero desafío contemporáneo no sea dejar de romantizar, sino aprender a hacerlo bien. A romantizar lo real, lo que se construye con tiempo, honestidad y presencia. A romantizar el esfuerzo compartido, la reciprocidad, los gestos cotidianos que sostienen el amor y la vida; a romantizar la soledad cuando es espacio de autodescubrimiento y no de abandono. En definitiva, romantizar con conciencia no es un acto de fantasía, sino de madurez emocional. Es ponerle detalle a la realidad monótona que a veces nos toca vivir, entendiendo que la esperanza no es ingenuidad, sino una decisión profunda de seguir creando sentido.

