|
Por: Dr. Howard Caro
Después de tomar un periodo de descanso de examinar temas políticos y sociales en Puerto Rico, cuando comencé a pensar en mi próxima columna. Fue así como caí en cuenta de una tendencia en el discurso político que lleva percolando ya por mucho tiempo, que es el que llamaría el teatro político luego de ver varios incidentes dentro del mundo político de los puertorriqueños que llamaron nuestra atención más por su carácter farandulero que por su impacto en la vida de nuestro pueblo. Entre la respuesta de varios legisladores del Partdio Nuevo Progresista (PNP) buscando desprestigiar a la representante Mariana Nogales, el “cabildo” Ricardo Rosselló en Washington, y la controversia sobre el mensaje que la congresista Alexandria Ocasio Cortez llevó al Met Gala en Nueva York, se nota una tendencia hacia este tipo de teatro.
¿A qué me refiero con esto? Teatro, en este caso, se refiere a gestiones con el objetivo principal de atraer atención, pero con poca investidura en impacto concreto. Claro está, que dentro de la política gestiones y actos simbólicos son una parte importante de como los que ejercen poder o influencia persuaden a los gobernados a respaldarlos como líderes políticos. Hasta para los ciudadanos más educados y atentos al mundo político propuestas concretas solas no garantizan apoyo, sino que también se requiere la capacidad de influenciar, o lo que el sociólogo Michael Mann llama el poder ideológico que ayuda persuadir a través de valores o rituales compartidos. Este tipo de poder ideológico es una de las bases principales del poder político tanto ahora como históricamente, y el teatro es una manera de ejercer poder ideológico.
Actos simbólicos para influenciar la opinión pública no son nada nuevo en la política, incluso la de Puerto Rico. Hago una distinción, sin embargo, entre actos con metas concretas y las que se hacen con fines de protagonismo. Una cosa es, por ejemplo, los actos de desobediencia civil de legisladores independentistas y algunos populares para exigir la salida de la marina de Vieques en 1998. Estos actos simbólicos han sido una parte integral de los movimientos sociales a través de la historia, y varios sociólogos e historiadores han demostrado que actos simbólicos sirven para darle una identidad colectiva a los que comparten un ideal o meta política, y también legitimidad.
Sin embargo, mucho de lo que se hace pasar por política simbólica en este momento no se asemeja a lo que acabo de describir, sino que son más bien actos de autopromoción de la imagen de una figura política. El cuatrienio de Donald Trump quizás fue una clase maestra del teatro político, que aún repercute. A mucha gente le cuesta ver las imágenes de Ricardo Rosselló “cabildeando” solo frente a la Casa Blanca con una pancarta escrita a mano como algo más que un intento desesperado de mantener su relevancia en la política. La campaña de difamación de legisladores del PNP contra Mariana Nogales, aunque aparentan denunciar una supuesta falta de integridad de la Representante en realidad son actos de protagonismo para evitar debates sobre sus esfuerzos legislativos para proteger nuestras zonas costeras del desarrollo rampante. Incluso el acto de la congresista Ocasio Cortez en el Met Gala, aunque se hizo con el intento de fomentar debate sobre la desigualdad económica, en última instancia recibió critica hasta de algunas de sus propios seguidores por prestarse para un acto más farandulero que de acción concreta, por más convicción hubo detrás de sus acciones.
¿Cómo entendemos esta tendencia en la política? La influencia de los medios sociales en fomentar una comunicación que pone el estilo por encima de las sustancia para acaparar ante un mar de noticias es un factor influyente. También, lo que muchos identifican como apatía hacia la política es otro factor que se ve en el creciente ausentismo electoral, aunque la apatía en este caso más bien es desilusión por la escasez de políticos que respondan a las necesidades reales de los electores. Un tercer factor es la falta de educación cívica tanto para los puertorriqueños como muchos en los EEUU, que abre un espacio para que el teatro político pueda hacerse pasar por acción política concreta, a falta de una idea clara de lo que constituye gobernanza efectiva. A esto podemos también incluir, en el caso particular de Puerto Rico las dinámicas de gobernar en la era de la Junta de Control Fiscal, la cual en efecto limita la capacidad de nuestros líderes electos.
En todo caso nos toca un momento donde debemos mirar las acciones de nuestros líderes políticos con un ojo más crítico, para ver si sus palabras se traducen a acción, o sólo forman parte del universo inmenso de entretenimiento sin aportación concreta.