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La delincuencia y su vínculo con la desigualdad social

Por: Luis Ibrahyn Casiano / Político, activista pro derechos humanos y Trabajador Social 

Nuestra nación está consternada con el asesinato de los tres policías fallecidos mientras realizaban su labor, y no es para menos. Antes de proseguir, mis condolencias a la uniformada y a sus familiares ante este acto que consterna a nuestro pueblo y por lo que representa para nuestras instituciones. Una vez dicho esto, como persona instruida en el campo de la Justicia Criminal y en el Trabajo Social, debo abordar este tema desde una óptica mucho más amplia y muy poco observada por el Estado en la implementación de la política pública, en cuanto a la seguridad nacional se refiere. 

Partimos de que la delincuencia es una acción o conjunto de acciones contrarias a la Ley, por consecuente a lo que se espera socialmente de un individuo y/o del colectivo. Es precisamente que, abordando al individuo, parte de ese colectivo, que nos debemos plantear el tema de la desigualdad y la inequidad. La pobreza y la disparidad en la que vive nuestro pueblo a no ser observadas a nivel macro propicia vertiginosamente abismos que distancian del éxito las acciones que pretenden realizar las agencias a través de las políticas públicas establecidas. En Puerto Rico, el modelo de la “mano dura” y de lo punitivo socaban en realidad a la ciudadanía, e incluso, el resultado favorable que pudieran tener los organismos que rigen a la nación. Cuando observamos el factor de la delincuencia, hay que observarlo más allá de esas acciones contarías a la Ley que se manifiestan en la drogo dependencia, en la lucha por el control de los puntos, en la proliferación de la violencia en todas sus manifestaciones, entre otras; sino que, desde su núcleo, lo demás, son únicamente manifestaciones. 

Desde que nacemos, la familia intenta hacer de la educación en casa el camino a seguir para delimitar la conducta de los miembros y procurar el discernimiento de lo que es correcto e incorrecto. Sin embargo, nuestro pueblo, dentro del sistema económico actual, muy poco puede elegir libremente partiendo del reconocimiento de sus capacidades individuales, las cuales en el colectivo tienen consecuencias. El modelo educativo actual tiene mucho que ver con ello, partimos de un modelo vertical que no explora al ser humano y no permite la manifestación de la persona más allá de lo que presenta en un examen. Aspectos que propician la apatía a la formación educativa y deserción. La interacción humana y la emotividad junto a la exploración y expresión de los sentimientos y sentidos es casi prohibitivo, fuera de lo que podrían ser sesiones para intervenciones conductuales, por rezagos y por cuestiones emocionales y/o padecimientos mentales. Servicios que no son igualmente accesibles para todos, por lo burocrático y por lo que cuestan, donde la calidad del servicio y el tiempo de este dependerá de la cubierta médica.  

Por otro lado, la competencia es un aspecto que nutre la vida de nuestra gente, como si se tratara de una cacería, para que el más fuerte devore al más pequeño, o para que los pequeños con su astucia en su “necesidad “de sobrevivencia devoren al más “grande”. La concepción de un mundo en competencia constante por un sitial en base al nivel socioeconómico que nos han presentado como el “top” al que debemos aspirar dentro de las vanidades estimuladas y muchas veces difundidas por los medios, y por la perpetuidad de un modelo clasista de orden jerárquico; no permite que no nos veamos de forma horizontal en una constate interacción para el logro de metas verdaderamente comunes. La escasez de empleo y la visión errada de tener que formase en una universidad para ser alguien, lleva a la exclusión de miles de personas con inteligencias múltiples y capacidades que pudieran ser parte de los engranes de una maquinaria social completa y saludable.  

Por otro, la fuerza policial del país, así como el sistema jurídico está conformado con una visión poco estimulante para la corrección a través de la prevención, y solo como un mecanismo de intervención y de juicio que responde a un sistema de gobierno para su perpetuidad. La policía, como parte de la clase trabajadora de la nación, también ha sido relegada a intereses particulares y muy poco explotada positivamente dentro de los espacios de interacción con la ciudadanía más allá de la fuerza subjetiva que podrían representar solo por ser quienes son, y no por lo que debería ser, una mano amiga. Además, de servir con paga injusta, adiestramientos incompletos y con muy pocos recursos; sirven de mandaderos de un sistema que no responde a nada que no sea al propio sistema. Son la muralla entre las luchas de clases, entre una que busca perdurar y mantener su hegemonía, y otra; muy diversa que busca ser tomada en cuenta y que está cansada aun sin saberlo de su explotación directa o indirecta, e incluso de la inequidad. Ante el panorama recién ocurrido, ha habido grandes pérdidas, las de los policías y la de los victimarios, vidas perdidas de ante mano por la enajenación de un sistema político excluyente que ofrece un modelo asistencialista que no procura la integración ciudadana y que no ausculta a ser humano desde sus capacidades, y que propicia la enajenación y que estimula conductas mal adaptativas a través de la competencia y la desigualdad; y, por consiguiente, modelos corruptos de vivir.  

Esta columna podrá parecer antipática, pero lo que está, es muy incompleta; pues llevaría escribir para profundizar esto el equivalente a una tesis. Sin embargo, para quienes hemos estudiado Ciencias Sociales y Humanas, y hayamos comprendido al Ser, las teorías y los estadios por lo que pasa el individuo en cada etapa del desarrollo; tenemos claro que, si queremos enmendar a la nación, hacer justicia y construir un nuevo país; no basta con poner banderas a medias astas ni con decretar días de duelo. Sabemos que, lo que verdaderamente hace falta es sensibilidad y humanismo para observar al Estado como un instrumento compuesto por personas y para las personas. La ciudadanía adoctrinada y guiada por el momentum debe dejar de señalar, debe meditar más sobre su propia existencia como individuo y su aporte social. El gobierno debe dotar a sus agencias de ganas de trabajar para enmendar y no para perpetuar modelos donde existen víctimas y victimarios, culpables o inocentes, sino; para que pueda ser un ente restaurador donde la justicia se imparta de forma equitativa y desde la valoración de todas las partes. Me molesta dejar estas líneas a la impresión subjetiva del lector. Me parece necesario que se abran espacios de debate sobre estos temas, donde los actores, sin protagonismo, en cada renglón de la sociedad puedan interactuar para crear una nueva filosofía de Estado; que sea salubrista, humanista y que vaya encaminada a la distribución equitativa de las riquezas nacionales, como al reconocimiento de la responsabilidad política y social.  

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