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Hace unos días, en un periódico nacional apareció un artículo que hace referencia a que, una cuarta parte de los menores ingresados en instituciones “cárceles” juveniles han intentado suicidarse o se han mutilado. Como Trabajador Social y persona que durante años ha abordado el tema de la delincuencia y la criminalidad como un aspecto cimentado en la desigualdad social, me veo en la obligación moral y ética de volver abrir el diálogo a partir de esta corta columna.
Nuestro Sistema de Justicia es uno que está muy lejos de ser uno que provoque rehabilitación conductual, para adicciones, que procure la reintegración de los reclusos a la comunidad; a la empleomanía y la educación. Ante esto, se nos hace imprescindible reformar, tanto el Sistema Judicial, como el Departamento de Corrección. Creo fielmente en que las leyes no deben ser observadas en su tonalidad de manera clara u oscura como elementos diametralmente opuestos, sino, que deben ser observadas con sus puntos medios, para pasar del procesamiento jurídico simplista a uno que vea al ser humano en su complejidad y diversidad; que reconozca al ser humano como una unidad holística observada y valorada como tal.
Esto solo sería posible intercambiando el modelo actual por uno que reintegre y restaure con principios humanistas, donde se vea al victimario(a) desde todas las esferas, como, por ejemplo; desde la biológica, la psicológica, social y medio ambiental. Además, que también pueda observar a la víctima con garantías de proveerle justicia verdadera, que no debe ser simplemente que la persona en cuestión “pague” por la comisión de sus actos, sino, que no vuelva a cometerlos contra nadie. Como también, que el Estado pueda a través del análisis de patrones sociales y conductuales determinar cómo atajar la problemática criminal desde una perspectiva educativa y de mayor acceso. Esto, para que el en futuro sean menos las vidas jóvenes que sean restringidas de libertad por una responsabilidad casi general del gobierno, el cual pasa sentencia, pero que poco busca resolver la situación desde su profundidad, y desde la prevención a través de crear las condiciones sociales para minimizar el efecto de la fútil guerra contra las drogas y el narcotráfico, de la deserción escolar, del trabajo legal escaso y de la falta de un sistema de salud integral que prevenga desde el conocimiento y desde la preservación de la salud mental de nuestro pueblo.
Como colonizados, se nos hace en ocasiones imposible ver más allá de los Estados Unidos de América (E.U.A.), pero en muchos lugares del mundo las cárceles se están cerrando por falta de procesamientos tradicionales, e incluso la forma de operar de la Policía ha ido variando dado los mecanismos de seguridad que se han implementado en base a la educación, y al acceso libre y real a las cosas esenciales de la vida; basadas en la reformulación equitativa y no desde el individualismo que provoca sentimientos desmedidos e insalubres. Es hora de virar la cara, no a la desigualdad, sino, a los estilos excluyentes que provocan con su permanencia un mayor costo económico al Estado, y más vidas gastadas por su inacción e incomprensión del ser humano y sus manifestaciones socioculturales.