Por: Luis Ibrahyn Casiano Rodriguez, MSW, MSc / Trabajador Social Clínico | Especialista en Psicología Industrial-Organizacional
Habitar la práctica profesional desde la neurodivergencia plantea retos únicos, pero también ofrece herramientas poderosas. Mi recorrido como psicoterapeuta desde la dimensión profesional del Trabajado Social Clínico y especialista en Psicología Industrial-Organizacional ha estado profundamente influenciado por mi experiencia personal viviendo con Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y con varios rasgos que corresponden al Espectro Autista. Este relato busca aportar desde una voz situada en una realidad oculta para muchos hasta hoy, a la reflexión sobre cómo estas condiciones pueden ser integradas a la práctica profesional de manera responsable, humana y transformadora.
Durante mis años de formación como estudiante, enfrenté un sistema académico poco diseñado para quienes piensan y sienten diferente. Las demandas de espontaneidad social, la velocidad en la producción de conocimiento y los criterios estandarizados de evaluación invisibilizaban las dificultades que implica ser neurodivergente en un entorno que premia la homogeneidad. Mi TOC, con su necesidad de control y estructura, y mis rasgos del espectro, con su rigidez cognitiva y sensibilidad sensorial, eran interpretados como debilidades, no como diferencias legítimas. Aun así, estos mismos rasgos comenzaron a resignificarse cuando desde mis profesiones y actividades cotidianas, movido por la sensibilidad, la ética y la presencia logré tener en los debates un espacio para ayudar a cambiar el rumbo de algunas cosas y para aceptarme en la plenitud de mi persona.
Como terapeuta, mi historia personal ha sido una brújula. Lejos de representar un obstáculo, el TOC me ha permitido desarrollar una atención minuciosa, una profunda preparación previa a cada intervención, y una estructura interna que brinda contención al proceso terapéutico. Los rasgos del autismo, particularmente la sensibilidad frente a estímulos emocionales y el pensamiento no convencional, se han traducido en una capacidad de escucha distinta, atenta no solo a lo que se dice, sino también a los silencios, patrones y matices del discurso emocional. Esta manera de ejercer la psicoterapia rompe con el mito del profesional «neutral», desprovisto de historia o conflicto. Por el contrario, me ubico desde una ética del cuidado que reconoce que el terapeuta también es un sujeto afectado, situado, que ha trabajado activamente sus propias experiencias.
Desde la Psicología Industrial-Organizacional, mi perspectiva neurodivergente me ha permitido ver dimensiones que suelen pasar desapercibidas en las organizaciones, como, estructuras laborales inflexibles, ambientes sensorialmente hostiles, liderazgos que promueven la homogeneización del rendimiento y políticas que ignoran las necesidades de trabajadores(as) neurodivergentes; entre otros aspectos que caracterizan a las personas en sus dimensiones bio, psico, social y espiritual. He abogado, desde la práctica y la consultoría, por entornos laborales más humanos, que reconozcan la diversidad neurológica como un activo. Esto implica transformar no solo los discursos de inclusión, sino también las prácticas concretas, los procesos de reclutamiento más justos; ajustes razonables en el entorno físico y sensorial, y un cambio de paradigma sobre lo que significa «ser competente».
En mi paso por la política como aspirante a candidaturas, enfrenté dinámicas que reforzaron muchas de las barreras que las personas neurodivergentes solemos encontrar, como la sobre exigencia de carisma espontáneo, la presión de aparentar dominio emocional, la necesidad constante de adaptarse a ritmos y códigos sociales muchas veces inaccesibles. Sin embargo, fue también un espacio para visibilizar otra forma de liderazgo: uno más introspectivo, ético y reflexivo. Reafirmé que la participación política también necesita voces que no respondan a la lógica del espectáculo, sino a la coherencia entre vida personal, valores y visión social. A mi juicio, y desde la aceptación plena de mi Ser, ser neurodivergente no me ha impedido ser un buen profesional, aunque es preciso que no tengamos que sufrir nuestra diversidad por falta de sensibilidad, de espacios adecuados y entendimiento. Esta razón me ha forzado a cuestionar los modelos rígidos de éxito, competencia y liderazgo.
Para avanzar socialmente sobre estos temas, hay que dejar de romantizar el sufrimiento, y dar paso a reconocer que la diferencia neurológica también puede ser un lugar desde donde se construye análisis crítico y acompañamiento eficaz. Invito a que las disciplinas de la salud mental y la conducta humana a abrirse más decididamente a integrar estas voces en sus espacios temáticos académicos/profesionales. Porque la inclusión no debe limitarse a la teoría para trabajar con la persona atendida, sino encarnarse también en quienes ejercemos y diseñamos las intervenciones. La neurodiversidad no es una amenaza a la práctica profesional, sino una ampliación legítima y necesaria de su humanidad. Hagámoslo por quienes no han podido avanzar como algunos si…