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En quemaduras de segundo y tercer grado, cada minuto sin cubrir la herida es una invitación abierta a la infección y a la pérdida de líquidos. La Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes tuvo acceso a una investigación que propone algo que suena fácil y es endemoniadamente difícil: ayudar al cuerpo a reconstruir la piel “desde adentro”.
Un grupo de médicos y físicos de la Universidad de Linköping, Suecia, se metió en un territorio donde la medicina lleva décadas topándose contra la misma pared: reconstruir la dermis. Esa capa gruesa y compleja que vive bajo la epidermis, y que le da a la piel su flexibilidad, su sensibilidad y su resistencia.
El problema real
Hoy, cuando una quemadura es extensa, se trasplanta un parche de piel sana sobre la zona dañada. Es un salvavidas, pero incompleto: repone solo la epidermis, la tapa de la piel. Falta la dermis, la parte de abajo, donde están los vasos sanguíneos, los nervios y el colágeno que dan elasticidad y sensibilidad. Trasplantar dermis casi no se hace: implicaría provocar otra herida de igual tamaño en el lugar donante. Pero los suecos lo pensaron de otra manera: si no se puede mover una dermis entera, ¿por qué no darle al cuerpo las piezas para que fabrique la suya?
Las piezas son fibroblastos, células comunes de la dermis. Se sacan con una biopsia mínima, se cultivan en laboratorio y se hacen crecer sobre microperlas porosas de gelatina, un material similar al colágeno natural. Si esas perlas se tiran sobre una herida, se desparraman. Para que se queden donde tienen que estar, los científicos las mezclan con ácido hialurónico —sustancia que ya vive en la piel— y las unen con “química de clic”, una técnica para enganchar moléculas rápido y con precisión. Así crean un gel inteligente: bajo presión se licúa (pasa por una jeringa) y, al soltar, vuelve a ser gel (se queda en el lugar). Se puede inyectar o imprimir en 3D como un parche a medida. En resumen: piel en jeringa.
Por qué los vasos sanguíneos son la diferencia
Cualquier tejido nuevo, sin oxígeno ni nutrientes, está condenado a morir. Y para eso están los vasos sanguíneos. Sin ellos, no hay cura: hay maqueta. El equipo sueco demostró que, en ratones, ese gel con células empezó a formar vasos. Eso ya es pasar de un prototipo a una posibilidad clínica.
En el estudio, publicado en Advanced Healthcare Materials, imprimieron pequeños discos de gel con células y los implantaron bajo la piel de ratones. Vieron que las células sobrevivían, producían sustancias que ayudan a crear nueva dermis y lograban generar vasos sanguíneos dentro del material.
Pero todavía faltaba la “autopista” para que la sangre corra. Por eso el mismo grupo publicó otro trabajo, también en la misma revista, con hilos de hidrogel (98 por ciento agua) que se pueden anudar y transformar en minitubos. Por esos tubitos se puede bombear líquido o hacer crecer células de vasos sanguíneos. Traducido: canales listos para conectarse al injerto y mejorar su irrigación.
¿Y en personas, para cuándo?
Todavía no. Todo sigue en fase preclínica, en ratones. Antes de llegar a un paciente hay que probar seguridad, definir dosis, ver cómo funciona en modelos más grandes y recién después ensayar en humanos. El proyecto tiene financiamiento robusto —Erling-Persson, ERC, Consejo Sueco de Investigación, Knut y Alice Wallenberg—, lo que acelera el camino, pero no salta pasos.