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La corrupción en el gobierno y la percepción generalizada: Todos son iguales

Todos son iguales. Son unos pillos. Lamentablemente, esta es la percepción generalizada que tienen las personas sobre funcionarios gubernamentales. Tristemente, esta percepción es validada con las noticias reseñadas en la prensa. Mientras, uno de los resultados de esa percepción es lacerar la confianza que tiene el pueblo en el gobierno. A esto se suma el grado de incredulidad y la frustración que viven los ciudadanos quienes lidian con la falta de atención a sus problemas medulares como lo son el aumento desmedido en los costos de los productos, en los servicios como el sistema de agua potable, de energía eléctrica y los medicamentos, entre otros.

La corrupción en el gobierno tiene que acabar. Los funcionarios electos por el pueblo tienen que entender que su función es servir. Lo contrario es atentar en contra de la confianza de todo aquel que, mediante su voto, le eligió para dirigir las riendas de un pueblo o país. El dinero del gobierno tiene que manejarse como la chequera de un hogar. Maximizar su rendimiento y evidenciar el uso otorgado al mismo. Ese dinero debe ser invertido en beneficio del pueblo, en mejorar los servicios que se ofrecen y en garantizar mejores oportunidades para todos.

Estas situaciones en donde alcaldes y otros utilizan sus puestos para beneficios personales a través de actos de sobornos y malversación de fondos públicos además de arriesgar las arcas municipales hacen que el país sufra las consecuencias. También hace que las personas generalicen y que cada vez sean menos quienes deseen aspirar a un escaño político. Los acontecimientos más recientes como el caso del ahora convicto exproductor de radio y televisión, Sixto George evidencian los tentáculos de la corrupción en otras esferas. También, pone de manifiesto cómo personas fuera de la política se prestan para promover actos ilegales.

¿Qué se necesita para acabar con este mal de la corrupción? En mi opinión y sin ser una experta en temas legales, lo que hace falta es voluntad. Que aquellos que ocupen estos puestos valoren el honor que les regala el pueblo de servirle al país. Hace falta vergüenza. Que piensen por un momento en el daño que hacen a miles de familias que por culpa de estos actos, tal vez dejen de recibir servicios. Hace falta valores y respeto tanto por la gestión que realiza así como por las personas a las que sirven.

Los funcionarios públicos tienen que entender que tarde o temprano lo que hacen se sabe. En la medida en que ejerzan sus funciones con integridad, transparencia, responsabilidad y alto sentido de compromiso estos escándalos pasarán a un segundo plano. Cuando el país vea señales de las repercusiones de estos actos, cuando vea que las penas son justas, cuando el que roba pague, ese día marcará el inicio de un nuevo camino. Esto debe estar atado a un plan de país que anteponga las necesidad del pueblo sobre aquellas individuales. Ese día podrán decir que van por el camino correcto. Ojalá estemos cerca de ese momento.

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